martes, 6 de febrero de 2007

La UGR idea un nuevo sistema para evaluar el comportamiento de edificios antiguos ante terremotos y prevenir daños estructurales.

¿Qué ocurriría si un terremoto de gran magnitud sacudiera la Península Ibérica? Es probable que muchos edificios construidos antes del 1974 -año en que se publicó la norma sísmica PDS-74, que obliga a los arquitectos a preparar sus construcciones frente a los movimientos sísmicos-, e incluso después- colapsarían, es decir, no sobrevivirían al terremoto, o sufrirían daños tan importantes que obligaría a derribarlos por completo. Un estudio desarrollado por el profesor Amadeo Benavent Climent, del departamento de Mecánica de Estructuras e Ingeniería Hidráulica de la Universidad de Granada, ha ideado un nuevo “modelo de daño” que servirá para determinar la resistencia sísmica de estas construcciones, esto es, qué cantidad de energía serían capaces de absorber y disipar sin derrumbarse. El nuevo “modelo de daño” propuesto por el investigador de la Universidad de Granada viene a mejorar el de Park y Ang, dos autoridades en la materia a nivel mundial, inicialmente aplicable a estructuras de hormigón armado y extendido después a estructuras de acero.

La principal novedad del nuevo modelo es que la proximidad a la rotura del componente estructural no se hace depender de la deformación máxima y de la energía total disipada “como es el caso del modelo de Park y Ang- sino de cómo se consume esta energía. Los resultados de esta investigación han sido publicados recientemente en la revista Earthquake Engineering and Structural Dynamics, una de las publicaciones más importantes a nivel mundial en el área de la ingeniería sísmica.

El "enorme interés", explican desde la UGR, del modelo diseñado por Benavent Climent es que podrá aplicarse a los disipadores de energía de acero, unos dispositivos especiales también llamados “fusibles sísmicos” que se instalan en las estructuras de hormigón o de acero, y que evitan que los pilares y las vigas sufran daños importantes en caso de terremoto. El uso de este novedoso sistema permitiría reforzar la estructura de los edificios construidos antes de 1974 -cuyo diseño no contempló la resistencia sísmica-, y entre 1974 y 1994, cuyo proyecto sísmico no exigía ductilidad.

La clave está en la ductilidad El profesor de la UGR apunta que la energía que un edificio es capaz de absorber y disipar depende en buena parte de su ductilidad, es decir, de la habilidad que tienen sus componentes para deformarse plásticamente antes de llegar a romperse. “La primera norma que obliga a emplear soluciones constructivas dúctiles es del año 1994 “explica Benavent-. Al hablar de soluciones, nos referimos no sólo a materiales dúctiles, sino a que su disposición también lo sea”. El uso de los disipadores de energía está muy extendido en Japón, Estados Unidos y algunos países europeos, pero no ocurre lo mismo en España, donde apenas están empezando a emplearse. “Dado que se trata de un sistema no muy caro y muy eficaz para proteger los edificios ante posibles terremotos -afirma Benavent-, el futuro de las estructuras arquitectónicas pasará inevitablemente por ellos”. De ahí, por tanto, la importancia del modelo desarrollado en la UGR.

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